
Montevideo, ciudad cosmopolita, crisol de inmigrantes que llegaron a puerto con sus culturas, costumbres y carnavales entre sus equipajes. Una introducción que podría aplicarse a la mayoría de las ciudades puerto latinoamericanas. Sin embargo, ¿por qué el carnaval montevideano tiene características tan particulares que lo distinguen?
“El carnaval más largo del mundo”, o “el más teatralizado”, son conceptos que se enuncian desde la industria y pretenden parecer comparativos, entre expresiones culturales y artísticas incomparables, más allá de encontrarse todas estas festividades bajo el amplio paraguas del Carnaval.
El carnaval es una celebración católico cristiana, desde Constantino I (Constantino el Grande, San Constantino, el Emperador Romano Cristiano del año 306) y durante todo el proceso de expansión de la religión cristiana. Una de las prácticas de imposición religiosa durante la conquista tenía que ver con la absorción y conversión de las celebraciones y rituales originarios, para ceñirlos a los cánones del ritual cristiano. Aquellos tres días de fiesta, de una inversión de roles que no era tal, servían fundamentalmente para la reinstalación del orden el miércoles siguiente, año a año. Transitando sincretismos, muchas expresiones litúrgicas y culturales propias de nuestro continente, siguieron transmitiendo mensajes autóctonos a pesar del impuesto formato. Varias expresiones carnavalescas latinoamericanas presentan hoy estéticas y representaciones originarias, y a la vez brindan procesiones a los santos patronos locales.
Las tres vertientes fundamentales en las fiestas populares de nuestro continente son la cultura indígena, la cultura europea y la cultura afro.
Nos encontramos entonces con el carnaval, fiesta católica cristiana, que tan particularmente se desarrolla en un Montevideo con una sociedad tempranamente laica y desgraciadamente con una expresión cultural indígena avasallada, por lo que se origina con componentes casi exclusivamente europeos para crecer y tomar su carácter criollo auténtico y local, a partir de la influencia de la cultura afro, como en la mayoría de las expresiones identitarias de nuestro país.
La cultura, y particularmente el carnaval como expresión cultural, crece en forma acumulativa. Es construcción de cultura sobre la cultura ya atesorada. Es el capital cultural legitimado por distintas generaciones e incorporado desde las propias experiencias, simplemente por vivirlas. Las particularidades del carnaval de Montevideo son sencillas de interpretar cuando se explican desde la historia social, desde la historia de sus habitantes, de sus barrios y de las familias. Generalmente la bibliografía del carnaval lo describe, pero rara vez lo interpreta.
Nuestro carnaval no crecería entre tensiones litúrgicas y paganas, sino en los pretiles del clasismo. Todas las expresiones artísticas culturales que no formaban parte del arte de élite, eran incluidas en la fiesta humilde y proletaria. Por eso sus espectáculos se conforman, además de las agrupaciones naturalmente carnavalescas, con el circo, el folclore, el teatro de variedades, grupos artísticos de las distintas colectividades, la revista musical, y el teatro popular.
Testarudo, el carnaval montevideano, es una de las excepciones que prefirió en sus inicios no estar bajo el paraguas del estado -que pretendía un carnaval europeo, de desfiles, carros y serpentinas-, y se establece sobre tablados, hijos directos del circo criollo, para decir y cantar con mirada popular su versión de la historia y sus reivindicaciones. Cambió el paisaje y el sonido de la ciudad. Fue la administración, reconociendo en parte esa fuerza popular, que en actitud de respuesta lo incorpora, lo institucionaliza, lo reglamenta y establece tendencias.
Giros sociales y políticos, la incidencia de la industria cultural que intenta confundir cultura popular y cultura de masas, promovió la atribución de este arte popular a clases más altas. Al carnaval llegaron nuevos públicos, otros formatos y mucha difusión. Pero el carnaval no salió ileso, transitó los procesos de institucionalización, industrialización, turisficación y gentrificación, que atraviesa cada una las artes populares.
Procesos que no se abandonaron con el tiempo, como podría entenderse, y que tampoco son nuevos, como podría imaginarse (ya que la antigua práctica del emperador Teodisio I, sigue vigente más de 1600 años después), y merecen ser presentados en profundidad más adelante.
José AriSi